Ángel Orrego Arenas
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A través de la historia, algunos autores han escrito de las flores. Sin embargo, su protagonismo no es tan usual.
Cada que Gabriel García Márquez se sentaba a escribir, era imperativo que hubiese flores amarillas en su escritorio. Así lo dejó ver también en Cien Años de Soledad, su obra más representativa: las creía un símbolo de buena suerte.
En la literatura, escritos como El Principito, de Antoine de Saint-Exupéry; La Dama de las Camelias, de Alejandro Dumas, o El Perfume, de Patrick Süskind, son algunos ejemplos de obras con flores en sus letras.
Mercé Rodoreda, por ejemplo, escritora catalana que vivió en el siglo XX (1908 – 1983), tuvo a las flores como tema recurrente en sus obras. Publicó en 1980 Viajes y Flores, una compilación de escritos en el que utiliza la flor simbólicamente para describir condiciones humanas como la melancolía, la vergüenza o los celos.
“En ese libro hay un divertimento muy bien realizado de las flores, de sus significados y de flores como símbolos”, explica Reinaldo Spitaletta, docente y escritor, quien además expone otros autores que han construido jardines literarios en sus obras.
En uno de sus ejemplos se refiere a Charles Baudelaire y su poemario Las Flores del Mal. Un escrito que, a pesar de mencionar la flor en su título, no la considera como un elemento protagónico sino que utiliza la palabra como metáfora para plasmar una visión diferente del mundo.
“Con ese libro, Baudelaire inventa una estética acerca de que lo feo puede caber en la poesía. Él descubre en la vida cotidiana de París que hay una gran belleza incluso en la suciedad o en elementos grotescos”, cuenta Spitaletta.
Raíces británicas
Darío Ruiz, escritor y experto en urbanismo, cuenta que, históricamente, las flores han sido fundamentales en la novela inglesa. En las descripciones, por ejemplo, que hicieron escritores británicos del siglo XVIII y XIX como Jane Austen, William Thackeray o Thomas Hardy, la floración primaveral y la existencia del jardín son elementos importantes de las casas de campo inglesas.
“Precisamente la novela es el inicio histórico de la burguesía y con ello nace el concepto de la casa, del hogar y del jardín”, apunta Ruiz.
El experto cita a Giulio Carlo Argan, célebre historiador y crítico de arte italiano, quien en su momento expuso que el burgués en el jardín realizaba su conexión con el universo y con Dios, tesis que refuerza la importancia de la flor en la cotidianidad de la sociedad inglesa en ese periodo (siglos XVIII y XIX).
Algunos novelistas franceses de la época plasmaron en papel sus descripciones florales. Hubo otros incluso más contemporáneos, como Julien Gracq, que vivió hasta 2007, quien asoció fenómenos como la llegada de la primavera con el renacimiento del alma.
Esa influencia inglesa en las viviendas hizo de la flor un elemento recurrente en la cotidianidad de la población, factor que hasta a día de hoy influye de manera inconsciente (o consciente) en las obras de escritores locales que describen en sus relatos la abundancia de estas plantas, no solo en el camino rural, sino en el urbano.
“¡Las flores son tan contradictorias!”, dijo El Principito.
*Publicado originalmente el 19 de julio de 2019 en la edición impresa de El Colombiano.