En este icónico establecimiento del Centro de Medellín se conjugan los encuentros, las tradiciones y las historias. En esta Feria de las Flores fue escenario para quienes son amantes de la música de antaño.

La zona de La Candelaria está solitaria, como es habitual un domingo a las 8:00 p.m. Sin embargo, de alguna parte viene el ruido de una orquesta de música tropical. Como una pequeña isla en medio de las calles anochecidas del centro, un cúmulo de gente baila apretujada y alegre en el icónico bar de la carrera 51, el Salón Málaga. No es para menos, es 6 de agosto, el penúltimo día de la Feria de las Flores.
Entrar constituye un reto. Más de doscientas personas departen al ritmo de Los Golden Boys y en el ambiente se sienten los ánimos que trae consigo la Feria de las Flores, esos en donde los alegres están más alegres y solo se respira rumba. La orquesta toca canción tras canción y parece que la siguiente es mejor que la anterior, la gente no cesa de bailar y, en cambio, con cada nueva melodía gritan contentos.
Rocío Saldarriaga está ubicada en una de las mesas del centro del Salón. La rodean su hija, su hermana y sus sobrinas. En la mesa hay una botella de ron, pero a su lado, un vaso con gaseosa. A sus 94 años no puede tomar ni bailar al ritmo del resto de la gente, pero cuando suena una canción de su agrado, se levanta y estira los brazos a su hija quien la acompaña en cada pista.

La imagen es conmovedora. Ella no pasa desapercibida porque quizás en todo el recinto es la mujer con más edad, aunque contrasta su espíritu joven. Martha Rocío Campuzano, su hija, se levanta con gusto cuando ella le pide que bailen. “Es nuestra adoración y le encanta bailar, entonces nosotras le damos gusto, la consentimos mucho”, dice.
Mientras permanece sentada mueve los hombros al compás de los tropicales, sorbe un poco de gaseosa y se concentra en los movimientos del resto de la gente. “A mí me dicen: venga bailemos que usted baila muy bueno, y yo digo que sí y salgo a bailar”, lo dice seria, con palabras pausadas, casi en un susurro.

Hace casi dos décadas que Rocío Saldarriaga visita el Salón Málaga. Desde su casa en Conquistadores ha llegado al centro de la ciudad para departir en este lugar de encuentro y de rituales.
Conoce algunos personajes de las fotos icónicas que dan vida al bar. “Yo recuerdo, por ejemplo, a Alfonso López Michelsen, el que fue presidente. Él y yo nos conocíamos”, dice mientras repasa algunas de las fotografías que se alcanzan a ver con dificultad por el tumulto de gente.
El Salón Málaga, escenario de la Feria
“Cuando se entiende al Málaga desde el corazón, te das cuenta que no es un bar que vende trago, sino que permite una experiencia de encuentro, y entonces se convierte en un lugar obligado para turistas extranjeros y nacionales”, cuenta César Arteaga, gerente del Salón Málaga.
Desde hace casi 66 años, abrió sus puertas en en el centro para convertirse en un lugar que legitima a la ciudad. Con una colección de casi 7 mil discos de vinilo y fotografías que narran la historia de los ires y venires de una Medellín cambiante, se ha convertido en patrimonio cultural.
“El Málaga propicia un encuentro generacional. Pone a conversar al nieto con el abuelo, al papá con el hijo, y se crea un sentimiento que rodea a la familia”, dice Arteaga. Y justamente eso fue lo que se vivió en la noche del domingo 6 de agosto, en la víspera de culminar la edición 66 de la Feria de las Flores.
“Que nosotros hagamos parte de la Feria es un reconocimiento a que estamos haciendo bien la tarea. La responsabilidad de que un lugar como estos no termine no es solo del Málaga, sino de todos los actores que tienen que ver con la ciudad”, concluye Arteaga.
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