La oralidad en la Feria: Entre Cuentos y Flores

El festival Entre Cuentos y Flores se mantiene como espacio cultural en la fiesta mayor de los antioqueños, desde hace más de 20 años. Con historias relatadas por representantes de diversas regiones del país y del mundo, el encanto del cuento espera a todos los públicos. La sede central del evento es el Teatro Ateneo Porfirio Barba Jacob, en las Torres de Bomboná.

Hasta el domingo 14 de agosto se podrá asistir al festival Entre Cuentos y Flores, donde la magia del cuento habita la Feria. El evento, que completa 22 ediciones, reúne en Medellín a los mejores del país y del mundo a la hora de encantar con historias. Los romances medievales, las retahílas de la picaresca paisa y relatos con acento y sabores brasileños estarán incluidos en la programación.

La convocatoria, selección y logística que hace posible este encuentro de la oralidad corre por cuenta de la Corporación Cultural Vivapalabra. Como lo evidencia su nombre, es una familia comprometida con que la palabra se valore y tenga un espacio escénico digno.

Este año, la fiesta celebra el retorno de los rostros sin tapabocas entre los espectadores. Sin embargo, las presentaciones para grandes aforos serán, más que nunca, fruto de un esfuerzo de la corporación presidida por Jota Villaza, sin el presupuesto que venía otorgándoles el Ministerio de Cultura para el evento y una reducción en los fondos aportados por la Secretaría de Cultura Ciudadana. “Hemos insistido mucho en que eventos como el nuestro se han convertido ya en eventos de ciudad, que deberían tener un presupuesto determinado, fijo”, explicó.

Una función para antojar

Sin llegar aún a su final feliz, el cuento de organizar esta versión de Entre Cuentos y Flores ya alegra con su “había una vez”. Un festival hecho a fuerza de convite, le da más sentido que nunca al poder de la palabra. La sala de Vivapalabra, en la calle Perú, reunió este domingo a los cuatro invitados internacionales de esta edición que mostraron parte de su repertorio para atraer al público a sus montajes posteriores.

El primero en el escenario fue el español José Manuel Ramos Alonso, quien encarna al juglar medieval Crispín D’Olot, nombre que, como a muchos cuenteros les pasa, ha terminado por reemplazar al suyo. “Seguramente, si se muere Crispín D’Olot, mucha gente va al entierro. Si el que se muere es José Manuel Ramos, solamente familiares y muy allegados”, bromeó el artista.

Su propuesta escénica se basa en los romances, relatos con cantos y versos, insertos en la raíz de la oralidad popular española. Además, Crispín hace toda una tarea pedagógica. Ilustra al público sobre los instrumentos musicales del medioevo y los toca como parte de una lección de historia musical.

“Por los romances llegué a los vehículos en los que viajaban, que son los juglares. Y a mí la figura del juglar me encanta, porque siempre me ha gustado el arte escénico y el arte musical. El juglar tiene que manejar estas dos disciplinas, la música y el teatro”, señala.

Para encontrarse pasando fronteras

El acento caraqueño de María Isabel Valera también llenó el auditorio. La venezolana entró caracterizada como una niña que puso a jugar a los espectadores y los mantuvo cautivos con sus evocaciones de infancia.

María Isabel se graduó primero en Educación Integral y luego alcanzó maestría y doctorado en recreación. Por eso, su repertorio es lúdico, palabra hecha acción y movimiento; juego y olvido de la percepción del paso del tiempo.

Encontrar a sus compatriotas entre el público fue una de las sensaciones más gratas para María Isabel. “En una función que tuvimos el viernes, expliqué que hay una vertiente muy importante de la literatura venezolana que se nutre de la tradición indígena. Empecé a nombrar comunidades indígenas de mi país, como Los Temones… Y en ese momento fueron saltando personas del público a continuar la lista, una tras otra. Fue interesante y emocionante ver que el venezolano se identifica con la historia que le transmito y aporta a ella desde el público. Espero que el viernes, que tengo mi función de gala con el espectáculo Dinamicuentos, haya muchos paisanos en el Porfirio Barba Jacob”, se extendió.

La danza de contar lo vivido

La brasileña Maíra Mendoza Nobrega, psicóloga, nacida en Boavista y educada en Natal, en la costa nordeste de Brasil, dejó descansar sus apellidos para ser Maíra Do Mundo. “Es un cambio que va mucho más acorde con el significado de mi nombre, que en lengua nativa tupí quiere decir extranjera, viajera”, explicó. Por su rol profesional, esta narradora dice que se convirtió en una ‘escuchadora’ profesional de historias. Así descubrió el poder de los relatos para unir a las personas.

Maíra sedujo al público con su cadencioso español, perfectamente comprensible, pero con la música propia del portugués, con la que sacó a bailar las palabras en el escenario. Contó escenas de la pluralidad brasileña a partir de su vida.

“Sería mucha pretensión si yo quisiera representar a todo un país, de 220 millones de habitantes, con toda la diversidad que tiene. Pero sí puedo traer algo de los lugares de los que vengo; de las situaciones que he vivido; de los paisajes que he visto. En los cuentos que conté, menciono la imagen que tengo del mar verde, porque crecí en esa región, en Natal. También, ya estuve en Salvador (de Bahía). Ya escuché los tambores y estuve en un ritual de santería como el que narré. Yo lo vi; lo viví; lo olí. Para mí es importante eso”, explicó la artista.

Cuentos negros y de colores

El cierre le correspondió al mexicano Luis de la Cruz, de Monterrey, que llegó a la cuentería por el gusto que le producía presentarse para los niños de la escuela de su hijo. En su repertorio, alternaron los matices humorísticos y románticos de algunos relatos; con el espectro del terror y la presencia de la muerte en otros.

Dejó ver la tradición del país azteca en sus alusiones a la fiesta de los muertos. Ese fue el telón de una revelación, en la que la huesuda se presentaba ante un niño en la última mirada de su abuelo. Después de esa imagen estremecedora, dando vuelta a su chaleco negro para revelar los colores del revés, se las arregló para que el público siguiera la pista de un gigante que quería encontrar una novia de su altura.

“Si me preguntan con qué me siento mejor o más identificado como narrador, es con el repertorio para niños. Pero también me gusta narrar terror y he presentado montajes con textos de autores como Edgar Allan Poe. Un artista tiene que escuchar al público y adaptarse. A mí me gusta más contar para niños, pero esa otra parte de los espectadores buscan en mi trabajo esos relatos más oscuros”, dijo Luis, resumiendo las dos caras de su moneda escénica.

Entre cuentos y flores

El festival Entre Cuentos y Flores congrega en Medellín a narradores de Cocorná, Zaragoza, Entrerríos y Yarumal. En el plano nacional, llegan visitantes de Popayán, Manizales, Bucaramanga y Barranquilla. La presencia internacional proviene de España, México, Brasil y Venezuela. El cartel se completa con una selecta presencia de talentos de la cuentería local y departamental. Los antioqueños que llegan a la programación de feria tienen que superar el proceso de clasificación en el festival previo Medellín y Antioquia Sí cuentan.

La programación se extenderá hasta el domingo 14 de agosto, teniendo como sede de sus presentaciones de gala al Teatro Ateneo Porfirio Barba Jacob. El recinto, en las Torres de Bomboná, subirá el telón a las 7 p.m. para cada función.

Como citas destacadas en el itinerario, resaltamos las galas de los invitados internacionales y la tradicional Gran Noche Paisa. La programación completa del festival, puede consultarse en las redes de la Corporación Cultural Vivapalabra.

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